La danse traditionelle


Pasé la adolescencia escribiéndoles cartas de amor a los equivocados. Me lo dijo el otro día alguien pero yo ya lo sabía (nunca las había mandado). Están en la carpeta de borradores en mi bandeja de entrada, o con un título cualquiera en una carpeta llena de words.
Están ahí como un desecho, como un puto borrador, con una maestra que apunta con el dedo y dice: "pásalo a limpio", o que escribe "C es demasiado caótica en sus apuntes".
Cuando (pienso yo) que quizás podrían andar coleteando igual que hace un coxis humano a medio gas, aunque no tengamos la cola entera. Como si una para existir tubiera que ser el "prototipo" entero.

Los equivocados son esos amores a los que les tocó un lugar absurdo en los anhelos secretos de tus ancestras.
Son esos de los que te dices: ¡pero si no lo conozco! ¿Porque me ha cogido así de fuerte? ¿Una imagen mental? ¿aspiraciones del ego? bueno.
Quizás son ese tipo de amores que alguna bisabuela debió soñar y se pasaron de madre a hija como un susurro, hasta que en otra coincidencia de humanos, otra generación de “eh! estamos juntos en este momento de la historia!”, una decide materializarlos: sacar el sueño como si fuera un cagarro y ponerle nombre: Joel, René, Martí, alguna Marta.
¡No tuve tiempo de crearlo sola todo esto! Mi carpeta de borradores se parece a un círculo circassiano que quisiera acabar en mazurka. A una jam en la que los músicos no se encuentran y cada una apuesta por su mejor melodía, agarrándose con ansiedad a cualquier resquicio de tempo común
empieza a sonar la música
buscamos pareja para el baile
nos agarramos
y yo ya quiero
………………a girar y girar y girar y girar…………….